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La proactividad se define como la actitud en la que las personas u organizaciones asumen el pleno control de su conducta de modo activo, haciendo prevalecer la libertad de elección sobre las circunstancias del contexto. Quien acuñó esta palabra fue el neurólogo y psiquiatra Vicktor Frankl, que sobrevivió a los campos de concentración nazis, en su libro “El hombre en busca de sentido” en 1946 y que te recomiendo encarecidamente si aún no lo has leído. Más tarde, fue Stephen Covey, quien gracias a su exitoso libro “Los 7 hábitos de las personas altamente efectivas”, popularizó el concepto, a trevés de los círculos de atención/control, de influencia y de preocupación o no control. Covey analizó los hábitos que diferenciaban las personas efectivas de las no efectivas, y se dio cuenta que las personas proactivas que centraban su esfuerzo en lo que sí podían hacer, conseguían mejores resultados a nivel personal y profesional.
Para tomar conciencia de nuestro nivel de proactividad podemos preguntarnos en qué invertimos nuestra atención, tiempo y energía. Todos tenemos diversas preocupaciones: salud, trabajo, economía familiar, educación de los hijos, deuda pública, las noticias de los informativos, etc. Si las analizamos todas, comprobaremos que muchas de ellas están fuera de nuestro control y otras sobre las que sí podemos actuar directamente o influenciar a través de otras personas.
Los problemas, retos o situaciones que afrontamos habitualmente, están en una de estas tres zonas:
- Zona de control directo o círculo de atención: Implica nuestra propia conducta, lo que depende de nosotros mismos directamente y es donde debemos dedicar nuestra energía, tiempo y atención. Aquí es dónde deberíamos dedicar la mayor parte del tiempo.
- Zona de control indirecto o círculo de influencia. Podemos influenciar a otras personas para que actúen de forma distinta, movilizándonos, sumándonos a causas concretas, para tener un impacto en una situación en la que hay una parte que depende de la otra persona o de los demás. Aquí es donde deberíamos dedicar una parte de nuestro tiempo.
- Zona de no control o círculo de preocupación. Situaciones o problemas acerca de los cuales no podemos hacer nada en un momento concreto, como por ejemplo, los hechos pasados, la incertidumbre en determinados contextos, etc.. Aquí es donde deberíamos dedicar el mínimo tiempo posible. En este caso, lo que debemos analizar y decidir es qué aspectos podemos traspasar a la zona de influencia o de atención/control, para empezar a planificar acciones para solucionarlo.
Y, algunas de las preguntas que nos podemos hacer son:
1. ¿Qué puedo hacer para solucionar esta situación, o para contribuir a que esta situación concreta mejore?
2. ¿En qué porcentaje depende de mí?
3. ¿Qué apoyo –personas o recursos – necesito para hacerlo?
4. ¿Qué haría si no tuviera miedo?, ¿Qué haría si no hubiera consecuencias?
5. ¿Cuál es el primer paso? ¿Cuándo y cómo lo voy a hacer?
Si centramos nuestros esfuerzos en aquellas cosas donde sí podemos actuar o influenciar, estaremos haciendo un buen uso de nuestra energía, tendremos mayor sensación de control de la situación, estaremos ampliando nuestro campo de acción y de influencia, y por tanto, estaremos reduciendo la intensidad del círculo de preocupación o zona de no control. De esta forma, aumentamos nuestra capacidad de resiliencia y tendremos mejor gestión emocional de las situaciones a las que debamos enfrentarnos.
En cambio, si nos centramos en cosas que están dentro del ámbito de preocupación, nos abandonamos, bloqueamos y nos quedamos sin energía para actuar donde sí tenemos control directo.
En función de la zona donde centremos los esfuerzos y energía, seremos personas predominantemente proactivas o personas predominantemente reactivas:
Las personas que actúan de forma PROACTIVA, centran sus esfuerzos en el círculo de control y de influencia, se dedican a las cosas con respecto a las cuales pueden hacer algo. Toman su propia responsabilidad, son positivas, actúan con planificación. Amplían el círculo, generando energía positiva que al combinarse con mayor dedicación de tiempo y acción en las áreas en las que pueden actuar, y por tanto, alimentan la sensación de control, gestionando mejor las emociones y reduciendo el malestar y/o ansiedad que provoca la incertidumbre.
Las personas que actúan de forma REACTIVA, centran sus esfuerzos en el círculo de preocupación, enfocándose en la culpa a otras personas, en los problemas del contexto, las quejas y en circunstancias sobre las que no tienen ningún control. Se centran en todo lo externo generando energía negativa que al combinarse con la menor dedicación de tiempo y acción en las áreas en las que se puede hacer algo, causan una reducción del círculo de influencia o de atención.
Nuestro cerebro está diseñado para sobrevivir, y se anticipa (generando ansiedad) al escenario más negativo para protegernos y para que podamos adaptarnos.
En general, todos tenemos un guion o expectativas sobre la vida, el trabajo, la pareja, la familia, sobre nosotros mismos. Y tenemos muy arraigado el valor de la seguridad. Pero, como decía Lennon, “la vida es aquello que nos pasa, mientras tenemos otros planes”
6 CLAVES PARA RELATIVIZAR Y GESTIONAR MEJOR LA INCERTIDUMBRE:
1. Preguntarnos qué depende de nosotros, ¿podemos hacer algo? Y si la respuesta es positiva, centrarnos en aquello que podemos hacer. Si dedicamos la energía y la atención a cosas donde no podemos actuar, que no dependen de nosotros, o donde no podemos influenciar, estamos perdiendo nuestra energía y crece nuestra preocupación.
2. Observar la situación desde la distancia (o bien imaginando que estamos sobrevolando la situación, como si fuéramos una águila, o imaginándonos que es lo que pensaremos de aquello que nos preocupa actualmente dentro de 10 años.
3. Planificar y/o prever un plan de acción si aquello que pensamos que puede pasar y nos preocupa, pasa de verdad. Dado que estamos actuando desde aquello que podemos hacer, nos da mayor sensación de control, y ganamos tranquilidad.
4. Agradecer aquello que si tenemos, centrando la atención y dando las gracias por aquello que tenemos, aquello que vivimos, por sencillo que sea, más que en aquello que nos falta. Cuando perdemos algo (salud, amigo o familiar, trabajo, etc), es cuando nos damos cuenta de su valor. ¿Por qué no celebrarlo en la vida cotidiana y tenerlo presente cuando se tiene?
5. Informarnos y prepararnos al máximo sobre la situación que nos preocupa. Todo es aprendizaje. Y en cualquier momento, nos puede ser útil. Analizar y aprender de situaciones ya vividas.
6. Volver al momento presente, estar en el aquí y ahora. El Mindfulness atención plena, invita a prestar atención a aquello que está pasando mientras está pasando, en el momento presente. E invita a que, ante una situación compleja o difícil, centremos la atención en aquello que depende de nosotros. La desazón surge a menudo de no poder controlar, aquello que no es controlable. En muchas situaciones, podemos hacer algo para provocar cambios o encontrar soluciones. En las que no, se invita a aceptarlo desde la amabilidad y a convivir con ello. El psicólogo Carl Jung decía que “Aquello a lo que te resistes, persiste. Aquello que aceptas, se transforma”.
Confucio decía “Si los problemas tienen solución, ¿de qué te preocupas?. Y si no la tienen, ¿por qué sigues preocupándote?”. No es fácil no preocuparse, pero también es verdad, que a menudo, hace que nos sintamos mal y nos paralicemos para actuar. Y eso, tampoco soluciona gran cosa, ¿no te parece?,
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