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12 hábitos para cambiar a los demás

hábitos para cambiar a los demás - blog Roser Claramunt

Tiempo estimado de lectura: 6 minutos

Las primeras semanas del año son fechas idóneas para replantearnos nuevos propósitos en aras de mejorar nuestro bienestar y nuestras relaciones con los demás.

Hoy reflexionaremos sobre las ideas que plantea el musical de éxito internacional «Te quiero, eres perfecto, ya te cambiaré», ya que muy a menudo, uno de los frenos para conseguir nuestros propósitos es querer cambiar a los demás, en vez de cambiar nosotros primero.

En nuestra mente, se han instaurado muchas idealizaciones, gran parte de ellas, gracias a las películas de cine, canciones románticas, mensajes y valores de padres o profesores. ¿Qué influencia tienen estas idealizaciones en las relaciones que tenemos con la pareja, hijos, alumnos, amigos, familia o compañeros de equipo?, ¿Hasta qué punto somos conscientes que estas idealizaciones quizá sean fuente de desilusiones y frustraciones constantes? Son frustraciones bidireccionales:  Sentimos frustración cuando nos empecinamos en cambiar a la otra persona, y no lo conseguimos. Sentimos frustración cuando no podemos ser tal y como somos.

Nuestro empeño por querer cambiar a los demás,  ya sea a nivel de conductas, actitudes o hábitos, puede responder a muy diversas razones, entre ellas:

–          la otra persona es el reflejo de aquello que no nos gusta de nosotros mismos, o quizá buscamos aquello que nos gustaría ser; y al no ser capaces de cambiarlo nosotros mismos, pretendemos que cambien los demás.

–          querer controlar al otro (a su vez, originado por inseguridades).

–          auto imagen incoherente: pensamos que somos de una forma, cuando en realidad, actuamos de otra.

–          ponemos nuestras expectativas –excesivamente- en la otra persona.

Debemos ser conscientes que para que alguien cambie, es imprescindible que quiera hacerlo. Que cambie el otro no depende de nosotros, sino de la voluntad de la otra persona. Nadie puede forzar a nadie a cambiar o a aprender, si la otra persona no quiere.  Cualquier proceso de cambio, y por ende, de aprendizaje, parte del individuo, por tanto, sólo podemos conseguirlo a través de nuestra consciencia, voluntad, perseverancia y esfuerzo personal.  Y eso, debemos tenerlo muy presente tanto cuando vivimos un proceso de aprendizaje o cambio nosotros solos, como cuando pedimos acompañamiento profesional.

Cuando nos planteamos reiteradamente cambiar a otra persona, tenemos 3 opciones: enfadarnos y obsesionarnos progresivamente en aquello que no nos gusta de ella, romper la relación o bien, optar por un enfoque más constructivo, poniendo en práctica algunos hábitos:

  1. Expresar apoyo incondicional.   Cuenta conmigo, ya me dirás si decides hacerlo o necesitas ayuda. No voy a perseguirte para que lo hagas.
  2. Aceptar a la otra persona tal y como es.
  3. Acordar, pactar un camino intermedio, entre ambas partes.
  4. Exteriorizar y compartir lo que nos molesta que haga la otra persona de forma asertiva y decirle en qué nos afecta, en primera persona. Hablar de qué es lo que hace, en vez de cómo és.  Debemos centrarnos en los hechos objetibables, no en interpretaciones subjetivas.   No me gusta que hagas tal cosa….versus…Odio que siempre seas así.
  5. Enfocarnos en buscar soluciones, no en el problema.
  6. Valorarnos por lo que somos, no por lo que es la pareja/amistad, etc  o cómo quiere que seamos.
  7. Crear refuerzos positivos y equitativos y ser más tolerantes.
  8. Poner nuestra atención en los aspectos positivos de la otra persona (esencial en la pareja, y aún más, con los hijos o los alumnos), estimulando y potenciando los puntos fuertes.
  9. Aceptar que la perfección no existe, que cada persona es diferente, singular, y que todos podemos crecer, aprender y cambiar juntos si nos lo proponemos nosotros mismos de forma voluntaria, como una forma de evolucionar y transformarnos.
  10. Actuar nosotros mismos como modelo de aquello que queremos cambiar en la otra persona. Como decía Mahatma Gandhi: “Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”.
  11. Cambiar nosotros primero.  Estrechamente relacionado con el punto anterior, éste es nuestro hábito preferido, ya que son nuestros propios pequeños cambios los que generan otros cambios a nuestro alrededor. Probemos y observemos que pasa.  Nos llevaremos agradables sorpresas.
  12. Asumir que podemos cambiar. Decir “no puedo cambiar, soy así” es la postura cómoda. Mientras estemos vivos, podemos cambiar.  Lo importante es decidir por dónde empezar,  ponernos en ello y perseverar. Nadie nos garantiza que sembrar hasta recoger los frutos sea fácil.

A modo de ejemplo, cuentan que una vez, una madre llevó a su hijo de 6 años a casa de Gandhi, y le pidió que le pidiera a su hijo que no comiera más azúcar ya que era diabético y arriesgaba su vida al hacerlo. Ya no hacía caso a su madre.  Gandhi le dijo: “Lo siento. Ahora no puedo hacerlo. Traiga a su hijo dentro de 15 días”.   A las dos semanas volvió la mujer con su hijo a casa de Gandhi.  Gandhi miró al niño a los ojos y le dijo: “Chico, deja de comer azúcar”.   La madre, agradecida, le preguntó: “¿Por qué me pidió que lo trajera dos semanas después? Eso se lo habría podido decir la primera vez.  Gandhi respondió así: “Hace quince días, yo comía azúcar”.

Otro ejemplo, cuyos 15 minutos no nos dejan indiferentes, es el cortometraje “Validation”:  premiado internacionalmente, la historia visibiliza de qué forma, nuestro cambio de actitud y de comportamiento genera impacto y cambios positivos en los demás.   Te dejamos con el vídeo, pero antes sugerimos preguntarnos en clave de coaching:

* ¿Qué parte de responsabilidad tenemos en la conducta o actitud de la otra persona (amistad, pareja, hijos, alumnos, compañeros de equipo)?

* ¿Cómo cambiarían nuestras relaciones si cambiáramos nuestra actitud y probáramos otras tácticas frente lo que “nos molesta” de los demás?

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¡Gracias por tu atención y tu tiempo!

Roser Claramunt
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2 respuestas

  1. Enhorabuena por estas reflexiones.
    Bajo mi punto de vista y experiencia, lo que mejor me funciona es el punto 2 (aceptar al otro) y el 4 (compartir y externalizar lo que sentimos, lo que nos molesta,etc.). A nivel de pareja especialmente al principio de la relación, tendemos a minimizar sus defectos o aspectos que no nos gustan. En cambio, con el paso del tiempo, llegamos a ser intolerantes con esos mismos aspectos. Hablarlo abiertamente sin esperar a tener acumulados rencores, culpas, etc mejora la complicidad y conocimiento mútuos. Con los hijos, es más complejo porque les estamos educando, aunque es totalmente cierto que cuando les «obligamos» a hacer según qué cosas, los resultados no son los mismos que cuando lo hacemos de forma que sean ellos los que crean que han elegido hacerlo por su propia voluntad… como decía mi madre, «hay que tener mucha mano izquierda y toneladas de paciencia».

    1. Gracias Mercedes por pasarte por aquí y comentar. Es cierto que en fase de enamoramiento «no vemos» o, incluso, valoramos positivamente aquellos aspectos de la otra persona que nos diferencian. Por eso, en la evolución de cualquier relación, además de los puntos que comentas como claves, es importante centrar nuestra atención en los aspectos positivos y evitar caer en una espiral de culpabilidades que no son constructivas ni nos aportan bienestar. Gracias de nuevo por tu participación y ¡hasta pronto!

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